El ascensor del Parlamento

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Si tuviera que elegir un rincón del Parlamento, no tendría dudas, me quedaba con un ascensor. Cualquiera de los tres, da igual. Que suba o baje, da lo mismo.

Sí, lo admito, en un primer momento me cautivaron los pasillos. Y no precisamente por las alfombras y los cuadros, ni siquiera los pisos de mármol o madera. No fue una atracción arquitectónica ni un delirio esteta. Los pasillos tienen su aquel por el efecto metamorfósico que ejercen sobre los personajes. No es broma. Me explico.

En el hemiciclo mandan las formas. Está todo calculado, se sobreactúa. Como en cualquier teatro, hay primeros y segundos actores. También tramoyistas, muchos tramoyistas. Están quienes leen lo que vaya usted a saber les escribió, intentando poner énfasis en las palabras que les subrayaron, y las que apenas llevan un esquema para no perder el hilo más de la cuenta, con plena confianza en su verborrea y gestualidad. Nadie escapa a las exigencias del guión, cada cual en su papel, desde el buenrollista al opositor, pasando por las elásticas caderas de quienes tienen que driblar los intereses de sus socios locales para cascarle a sus enemigos estatales. Puro teatro.

En las bancadas se mantiene el ritual. Al menos en las primeras horas de cada sesión, hay quienes siguen histriónicos los discursos, manifestando sus apoyos o rechazos con expresiones de máscaras chinescas. Por supuesto, no faltan los bostezos, chateos y rumores.

Pero cuando sus señorías salen al pasillo, todo cambia. Quienes se lanzaban dardos, intercambian chistes, hasta comparten cafés, almuerzos y otras complicidades. ¿Qué quieren que les diga? A mí me defraudó profundamente, iluso de mí, confiado en que creían en lo que decían, que ejercían las 24 horas, pero no. Como ver al Coyote de cañas con el Correcaminos. Un fiasco.

Fue por eso que me decanté por el ascensor. Ahí no valen las poses. En las distancias cortas es donde, también sus señorías, se la juegan. Coincidir en unos pocos metros cuadrados con representantes de distintas formaciones da lugar a las sonrisas más forzadas y a los dialectos más codificados. Desarrolla la creatividad al parlamentario más espeso.

Hay momentos de ascensor que no tienen precio: Se abren las puertas, aparecen “los podemitas” y se le congela la sonrisa a los del tripartito que viajaban dentro. Metafórico, ¿a que sí?

El trayecto de ascensor es también un excelente medidor de educación, ni informe PISA ni porras. Y es que el colegio de pago no garantiza -muchas veces al contrario- un “buenos días” ni el formal “hay que ver como está el tiempo”. Ya se sabe, entran en la escuela pero la escuela no entra en ellos.

Por si aún no les he convencido de las excelencias de mi rincón favorito del Parlamento, añadiré que en uno de estos cubículos dorados, aunque no lo crean, caben 30 años de historia autonómica de Canarias. Doy fe. Con motivo de la apertura de la legislatura vi como transportaba en un solo viaje a Olarte, Hermoso y Saavedra. Que no es poco.

 

Javier López

Coord. Prensa de Podemos en el Parlamento de Canarias